En la fiesta del Samaín
elegimos una mazana,
la partimos por la mitad
y la llenamos con miedos,
después la enterramos.
¿A quién querrías ver esta noche?,
pregunta mi primo,
¿a quién querrías abrazar?
Nos ponemos máscaras
de calabaza seca
esperando a nuestros muertos.
Mi hermana cuelga flores de cidros
en puertas y ventanas.
Que el fuego del serbal no se apague.
El aire cítrico nos emborracha,
pétalos blancos y violetas,
bailo con mis difuntos
con un vestido floreado.
Mi abuelo es un joven de rulos
musculoso,
vino con su bicicleta,
creo que estoy enamorada de su sonrisa.
Que el fuego del serbal no se apague.
La abuela se pintó los labios de rojo,
cumplió catorce años
y le gusta mostrar su cuerpo.
Sirve licor de chocolate,
el mismo que le robaremos por la noche
¿cuántos años después?
Apenas pude abrazarla y se fue
a bailar con mi abuelo.
La esencia de las flores
dura siete minutos
luego, desaparece.
Mi abuelo olvidó su bicicleta,
la abuela nos dejó una piedra.
Cuando ellos se van
tomamos el licor debajo de la mesa
nuestra casa vuelve a ser la de siempre
todo es perfectamente ominoso
nuestro dolor es ancestral
y dura todo el verano.
(Poema inédito, Cynthia Matayoshi)